De América

escriben Zoe Fahler y Nicolás Piva▹
Moda, rock, fierros: la muestra Yo Sandro llegó a las cercanas tierras de Lanús, ¿te la vas a perder? Sí, porque ya terminó.



Cuando la muestra Yo Sandro, a cargo de Alejandro Salade, la gente de la Comunidad Sandro y Olga Garaventa, viuda del cantante, abrió sus puertas por primera vez, alguien prometió que recorrería el país. Ahora, tras abandonar el barrio porteño de Recoleta, llega a la tierra natal de Roberto Sánchez. Hasta el pasado 17 de mayo, la exposición podía visitarse en el nuevo Centro cultural Leonardo Favio inaugurado por el Municipio de Lanús hace casi un año, ubicado en 25 de mayo al 131 (Lanús Oeste). Esta nota es un pedido para que las puertas que ahora están cerradas, vuelvan a abrirse en algún momento.
Bajamos del colectivo en plena avenida para rápidamente refugiarnos en las calles paralelas. La emoción por llegar a la muestra es grande, pero el hambre es aún mayor. No pudiendo hacer oídos sordos a nuestras panzas caminamos sin rumbo en busca de un lugar para comer, cuando de repente un Sandro de unos treinta y tantos años sobre un rojo furioso nos mira y nos sonríe. Sin darnos cuenta habíamos llegado a las puertas del Favio. Dudamos, pero el hambre venció a la intriga y rápidamente nos vimos comiendo unas pizzas mientras, ansiosos, imaginamos con qué nos sorprendería el Gitano esta vez.

Una hora después, ahora con las panzas llenas, llegamos finalmente a la exposición. Dejamos las mochilas con el señor de la puerta: “Las guardo juntas. Ojo, no se peleen adentro porque alguno se queda sin mochila”, nos alcanza un chiste que no escuchamos porque ahí nomás está Sandro, enorme, rodeado de rosas que cuelgan de todas partes, asegurándonos que quiere ser dueño de nuestro amor. La puesta emociona. Las fotos que esperábamos se acurrucan en las paredes.
Enfrente nuestro, dos infantes se pelean envueltos en una cortina roja que separa el ingreso con el resto de las salas. Pronto una abuela hecha y derecha —o una “nena” hecha y derecha en otro tiempo— viene a buscarlos para mostrarles algo que encontró. Aprovechamos la tregua para sortear la cortina. El paisaje alcanza toda expectativa: viejos fanáticos explican a los inexpertos qué es para ellos Sandro, en las paredes hay tiras de diario criteriosamente unificadas. Entre ellas leemos anécdotas graciosas o incluso alguna nota que asegura que el Gitano “Es Gardel”: curioso título que hace juego con los premios Gardel que sonríen desde la última sala.




Entre los textos nos encontramos la siguiente anécdota, en boca de Héctor Larrea: “No sé cómo, pero él sabía todo. Él sabía que Frank Sinatra usaba medias rojas contra la mufa, y un día, cuando ya era un artista conocido, me dice: ¿No me acompañás a comprar medias rojas contra la mufa? Fuimos a todos lados, a sastrerías, negocios, y no encontrábamos. Estuvimos como una tarde entera buscando medias rojas; finalmente, en una tienda vieja, de esas que tienen vidrieras feas, que los dueños son por lo general un matrimonio de viejitos, vimos un par, tiradas, diría, en una vidriera. Entramos, preguntamos, y el viejito saca una caja llena y dice: No se las puedo vender a nadie. ¿Cuántas quiere? Y Roberto le compró toda la caja.
La exposición traza un recorrido a través de los trabajos de Sandro y de los cruces entre la esfera pública y privada. El homenaje se realiza sobre los 50 años del ídolo, utilizando los detalles de su vida privada únicamente cuando la caída de esa barrera se relaciona con su público. Si todos podemos comprender los alcances que tiene un ídolo en la vida personal de la gente, siempre es ambiguo el impacto que ese cariño, respeto o locura genera en la misma figura. Yo Sandro aclara los tantos y muestra la otra cara, el lugar donde la esfera pública supo cruzarse con el cariño personal.


En el reducido espacio de cinco salas, se produce un reencuentro esperado: el ídolo popular vuelve con voz propia para contar su historia, agradecer a su público y expresar el compromiso con su trabajo. “Y pensar que yo sólo quería imitar a Elvis” leemos de sus labios, aun cuando sabemos que al “Elvis argentino” ya no queremos llamarlo así porque ha superado toda comparación.
En las paredes vemos colgadas las distintas guitarras que usó Sandro, tanto en recitales como en películas, los múltiples premios que alguna vez ganó, los afiches originales de los estrenos más melosos de la época y, en un pequeño marco apartado, la mismísima llave de la ciudad de Nueva York. Sin embargo, una sala de lúgubre iluminación sobresale de entre el resto. Al cruzar la cortina de flecos se imponen las extravagantes prendas del ídolo, que van desde las más apasionadas batas hasta un saco que simula una ‘bola de discoteca’, así como también se exponen los trajes de las últimas épocas del Gitano.


Un gran logro de esta muestra es el uso de la voz: Sandro habla a la prensa, a sus amigos, a sí mismo, a su público. Cuando no directamente, lo hace con un gesto: en una de los aportes más conmovedores, vemos cartas de sus admiradores —que algún cuidadoso subrayó cuando los fans certificaban haber recibido cartas o fotos de él mismo— y un cajón lleno de rosarios que “El Gitano” guardó durante toda su vida. Al lado, un cuaderno abierto por la mitad llama la atención. No hay un centímetro de la hoja que no esté cubierto por la firma de nuestro amigo. Un pequeño cartelito explica: “Tengo libros del año ’62 en los que practicaba la firma que iba a tener cuando fuera famoso.”


Mientras paseamos y miramos al público de la muestra imaginamos que alguna de todas las personas que recorren el lugar envió alguna vez una carta a Sandro, conoció en vivo los trajes que ahora nosotros podemos ver en exposición, hizo una larga fila para poder ir al estreno de Subí que te llevo, o incluso, tal vez, es mencionada, sin saberlo, en alguno de los recortes de diarios que nos reciben en la entrada. Y allí están, paseando, mirando con cariño una historia de la que también forman parte.
En un rincón, antes de salir, los que pasean por la muestra dejan su registro, en un libro de firmas, que con lapicera roja se llena de mil maneras. Algunos agradecen al lugar, otros a la familia, algunos más responsables agradecen a todos. Pero otros reformulan cartas alguna vez escritas. “Querido Sandro” comienzan las anécdotas, agradecimientos e historias personales que giran en torno a la figura del ídolo, así como también están quienes dejan dibujos o firmas rebuscadas, o los que le explican a Roberto que nadie lo ha olvidado, ni podrá hacerlo. Es posible que en un libro escrito en poco más de diez días pudieran esconderse las claves para explicar a nuestros hijos y nietos quién fue Sandro de América, qué significó, qué dice este personaje de nuestro pueblo.
Tras la enorme emoción que significó todo el paseo nos despedimos de las sonrientes fotos y del despampanante Mercedes del ídolo, no sin antes dejar nuestra marquita en el libro rojo. Retiramos nuestras mochilas y dimos un último vistazo a la entrada del Favio. El gitano todavía nos sonríe desde el enorme cartel pegado en la entrada. ¿Cómo no escuchar Rosa Rosa cuando lleguemos a casa?





ÚLTIMO MOMENTO

¡La muestra volvió a abrir sus puertas! Todavía no sabemos si gracias a nosotros o no, pero lo celebramos. Se puede visitar hasta el 30 de agosto en Córdoba, en el Museo Palacio Dionisi.


Fotografía por Zoe FahlerMayo/Junio 2015