Tierra del Humo

escribe Federico Dalmazzo ▹
Nuestro Hunter Thompson, guardaparques voluntario y corresponsal desde Tierra del Fuego, nos escribe un pequeño resumen de "la maldición que gravita sobre la isla". Un recorrido histórico y social del Fin del Mundo contado desde adentro.


10.000 A.C.

El período Cuaternario, el último de la Era Cenozoica, se caracteriza en lo biológico por la presencia de las especies del género Homo y es importante para nosotros por ser el contexto del gran viaje de éstas a través de los continentes, presuntamente siguiendo las migraciones de las grandes manadas que les servían de alimento. La primera y más extensa época de este período es conocida como Pleistoceno, y es la que se caracteriza por la alternancia de ciclos de intenso enfriamiento de la Tierra, que se cubre de gigantescas masas de hielo. El nivel del mar disminuye por la retención del agua y da lugar, en las zonas que no se cubren de hielo, a extensos pastizales –hoy selvas y bosques– que permitieron el desarrollo de gigantescos mamíferos: mamut, smilodon (“tigre dientes de sable”), megaterio, etcétera. Dedicados a la caza de estos animales habrían pasado por el Puente de Beringia los primeros americanos, desde la actual Siberia hasta Alaska, por un enorme puente de hielo sobre lo que hoy es el Estrecho de Bering. Esos hombres y mujeres no eran distintos a nosotros en lo más mínimo, eran Homo sapiens sapiens, y siguieron sus migraciones hacia el sur, llegando hasta el cabo austral de los 7240 kilómetros de largo de la Cordillera de los Andes, que se tuercen violentamente hacia el este cortando la extensa estepa patagónica en lo que hoy es una isla. En ese entonces, la zona presentaba puentes terrestres por los cuales los primeros amerindios pudieron cruzar. Hace aproximadamente 10.000 años finalizaba lentamente la última glaciación, dando comienzo a un aumento de temperatura y disminución de la humedad que desencadenarían la extinción de la megafauna en la época geológica llamada Holoceno. Gran parte de la isla se liberó del hielo dando lugar sobre los márgenes de la cordillera y las costas e islas del sur a fértiles bosques y a extensas llanuras y semidesiertos al norte, donde una parte de la humanidad terminó su milenaria migración, estableció su sociedad y construyó su mundo.

KARUKINKA

Es un eterno misterio para los hombres modernos cómo hicieron esos pueblos para vivir en estas tierras inclementes. Aquí, en pleno siglo XXI, no se puede sobrevivir sin automotores, barcos y aviones, fabricas y edificios con calefacción: los selknam vivían desnudos y con un toldo como máximo refugio. Estos narraban la historia de cómo aprendieron lo necesario para tamaña empresa. Contaban que un día nació cerca del Lago Cahme un niño, Kuanip. Creyeron algunos que era hijo de la montaña roja y del lago, pero otros descubrieron que era hijo del Sol y la Luna y que había sido enviado por el Ser Supremo, el que no se puede nombrar, que fue y será siempre, eterno e inmortal, puro espíritu y pensamiento, creador de la tierra sin hombres y el cielo sin estrellas. Tres veces quisieron asesinarlo durante su adolescencia y, por el bien de su pueblo, fracasaron, porque Kuanip les enseño nada menos que a hacer y manejar el fuego y a fabricar la bolsita de piel de foca, donde guardaban la yesca para encenderlo. Fue él quien fabricó el primer arco y su cuerda con los tendones del guanaco; la flecha con una rama de calafate y punta de piedra. Fue él quien mató a Siaskel, devorador de hombres que usaba los pubis de las mujeres asesinadas como adorno: le descuajó los ojos de dos hondazos y le quebró el pescuezo. En su vejez vagó por los bosques sin hablar con nadie, hasta que finalmente partió con su esposa e hijos al sur por sobre la bruma del mar hacia la “gran isla blanca en el cielo”, Konik-Sción, donde los selknam lo veían en la Estrella Polar.
Todo fue aprovechado por los nativos, quienes se adaptaron a una tierra generosa para quien la sabe comprender: los bosques subantárticos de la isla se pueblan de vegetación con características únicas por ser capaces de resistir tan extremas condiciones, como la lenga, el ñire o el guindo (cohihue magallánico), conocidos por crecer torcidos a merced de los vientos del oeste, e incluso frutos comestibles como las fresas y el calafate u hongos del genero cyttaria, también comestibles, llamados “llao llao” o “pan de indio”. Zorros colorados se escabullen en estos bosques y también manadas de guanacos que bajan en invierno de sus refugios en los cerros hacia las zonas más bajas, donde fueron acechados por los cazadores selknam. En las costas cazaban a una nutria nativa, el huillín, pero más suculentos eran los regordetes lobos marinos, focas leopardo y elefantes marinos o los distintos cetáceos como ballenas minke, ballena franca austral, toninas, orcas, cachalotes y ballenas piloto, de dificilísima caza pero asegurados festines cuando la marea acercaba alguno ya muerto a la costa. Como no puede faltar en los Andes, en lo alto se ve el cóndor, y más abajo halcones, zorzales, águilas, gorriones, lechuzas, palomas, cormoranes, los emblemáticos cauquenes, el enorme albatros y tres especies de pingüinos en las islas del archipiélago. En este abundante ecosistema subantártico se especializó el pueblo yagán, que prácticamente vivía en sus canoas sobre las cuales hasta prendían la hoguera. Comían también todos los frutos que pudieran recoger o arponear en el mar, como cholgas, erizos, centollas y pingüinos: los hacían girar sobre el fuego con un palo como eje para que perdieran la grasa (sí, al espiedo). El pueblo yagán (yamana es su forma exclusivamente masculina), convivía con otro pueblo canoero: los kawésqar o alakalufes. Por otra parte los selknam vivían en la Isla Grande, principalmente de la caza del guanaco y, junto a los haush de la península este, estarían más emparentados genética y culturalmente con grupos tehuelches de la Patagonia. A esta tierra los selknam la llamaban Karukinka: “nuestra tierra”.

ORDEN Y PROGRESO

Cuando los europeos se toparon con esta isla no la comprendieron como algo fructífero sino como el nubloso, triste y helado culo del mundo. “Sobre esta tierra pesa la maldición de la esterilidad”, anotaría en su cuaderno el brillante naturalista Charles Darwin quien no pudo ni quiso sacarse su mirada positivista. "No he visto en ninguna parte seres más abyectos y miserables", dijo de los nativos que transpiraban al lado del fuego en sus chozas mientras él y sus amigos blancos se fruncían por culpa del frío. De a poco fueron explorándola los europeos, lanzados a su afán de catalogar el mundo y poniéndole sin pudor sus nombres propios a cada península, isla, lago, cabo, bahía y demás accidentes geográficos. Sin embargo, todavía no estaban dadas las condiciones para una conquista organizada de la región: la misión civilizadora quedó en manos de aventureros y misioneros que emprendían por su propia cuenta esta hazaña. Misioneros anglicanos y salesianos (estos últimos movidos por un sueño de Don Bosco donde veía a pobres salvajes sufriendo que necesitaban ayuda) establecieron misiones donde piadosamente les cambiaron su vida de caza y recolección por la plancha, el lavado y el cosido. También les prohibieron sus ritos y costumbres y hablar su lengua: separaban metódicamente a los chicos de los mayores para que no hubiera chance de que aprendieran. Dicen que los nativos tenían una adaptación metabólica al ambiente por la cual gozaban de un grado más de temperatura corporal que lo normal, y andaban muchas veces sin ropa para evitar que esta se humedezca y se enfríe. Los misioneros los obligaban a usar ropa, lo cual los fue matando de enfermedades hasta entonces desconocidas. Por supuesto, también trajeron consigo los europeos el tabaco y el alcohol y promovieron su uso, completando el combo de enfermedades cardiorrespiratorias que los indígenas hasta entonces ignoraban. Como se ve, aunque fueron puestos en marcha muchos planes para la limpieza étnica del archipiélago, ninguno resultó más barato, práctico y bien visto que la caridad cristiana.

ARGENTINA

En julio de 1876, los cancilleres argentino y chileno, Bernardo de Irigoyen y Diego Barros Arana respectivamente, acordaron en un tratado la frontera de la isla en una línea recta: Chile al oeste y Argentina al este. Es así que en 1884 Augusto Lasserre llegó al archipiélago con seis buques de la Armada Argentina y fundó la Prefectura de Ushuaia, dando comienzo a la ocupación del territorio. Hacia esa fecha se establecieron las más importantes estancias ganaderas entre europeos, chilenos y argentinos. Como no pudieron usar con éxito a los nativos de mano de obra (debido al completo desconocimiento que éstos tenían del sedentarismo), tuvieron que acelerar el exterminio y la pacificación. La llegada de excéntricos buscadores de oro y cazadores de indios dio lugar a matanzas mucho más creativas, que se encargaron de transformar los fuegos costeros que dieron nombre a la isla —y que supieron ser reales— en una mera anécdota que de vez en tanto a uno le cuentan. Literalmente, los ganaderos recorrían la costa en embarcaciones haciendo safaris humanos a puro rifle. Famoso fue el ingeniero otomano Julius Popper, cuyo sueño de efectivizar la soberanía argentina en la región lo llevó a acuñar su propia moneda y a organizar cazas de indios periódicas; él mismo le regalo en una ocasión fotografías de estos eventos al entonces presidente Juárez Celman. Las estancias pagaban una libra esterlina por cada salvaje muerto, teniendo que presentar como evidencia orejas o manos; si la india estaba embarazada, se le abría el vientre con la bayoneta para poder presentar también las orejas del feto y cobrar, no una, sino ¡dos libras esterlinas! Y para terminar de ganarse el pan, se podía enviar el cráneo del susodicho salvaje al Museo Antropológico de Londres, que ofrecía una paga de ocho libras por cada unidad. Muchos de estos espectáculos están debidamente documentados por sus propios perpetradores: tomemos por caso los hechos que figuran en la bitácora del Capitán de la Armada Argentina Ramón Lista, que en expedición oficial desembarca el 25 de noviembre de 1886 en la playa de San Sebastián. Allí se cuenta que al toparse con una toldería, fusila a los veintisiete selknam presentes luego de que se resistieran al arresto. Tras descubrir detrás de una piedra a otro más que se escondía armado de arco y flecha, le pegan veintiocho balazos. Otro caso de creatividad occidental se da en la playa de Springhill, cuando una tribu devora una ballena varada que había sido inoculada con veneno dejando un saldo de aproximadamente 500 muertos. Alexander McLennan o “Chancho Colorado”, capataz de la Estancia Primer Argentino de José Menéndez, invita a una tribu a un festín para sellar un acuerdo de paz y les sirve abundante vino. Ya borrachos los guerreros, se aleja del lugar y junto a sus hombres abre fuego ultimándolos a todos (aproximadamente 300). De los 4000 nativos que se calculaban vivos en 1880 se cuentan 500 hacia 1905, que a merced de la viruela y la tuberculosis fueron muriendo en las misiones salesianas. Lo deja claro en una conferencia dada en Buenos Aires el mismo cazador Popper: “La injusticia no está del lado de los indios... los que hoy día atacan la propiedad ajena en aquel territorio, no son los onas, son los indios blancos, son los salvajes de las grandes metrópolis”.

PAZ Y FRUSTRACIÓN

Sucesivos intentos de poblar la isla fracasaron, siendo célebre la colonia penal que se quiso establecer siguiendo el modelo de Australia. Allí enviaban las autoridades porteñas sin mucho criterio tanto a asesinos seriales como a menores que robaban comida por primera vez o a luchadores populares, convirtiéndose el presidio en núcleo de la vida en la isla, hasta su cierre en 1947. En 1972 se declararía una zona aduanera especial para promulgarse finalmente la Ley de Promoción 19.640, bajo cuya sombra crece lentamente una industria, la población y con estos la marginación correspondiente y su drama. Los 13.434 habitantes registrados por el censo de 1970, ascendían en 2010 a 127.205 en lo que en 1991 deja de ser Territorio Nacional para pasar a ser Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Según cálculos no tan extremos que hacen los propios habitantes (en contraposición a “fueguinos”), actualmente más de un tercio provienen de otras provincias, principalmente del interior, movidos por las posibilidad de conseguir trabajo con salarios altos. Empujados por la necesidad, planean trabajar como monos, ahorrar, comprar un auto y después volver a sus provincias o radicarse en otro lugar de su elección, sueño que casi nunca se cumple: terminan armando sus propias familias y recibiendo la visita de aquellos que quedaron en sus provincias, mientras se acostumbran al clima y a la vida fueguina. Acá están, y sus hijos serán fueguinos, pero ellos no lo son: este no es su hogar y poca elección deja la necesidad. Sólo les queda apretar los dientes y sumarse, junto a los vecinos que se sienten invadidos por una marabunta de cabecitas negras, al caldo de frustración fueguina que algún día, el día que un ajuste cierre las fábricas, va a terminar reventando.

Se acerca la hora de la cena y las familias de la Isla Grande van a hacer las compras al supermercado La Anónima, líder indiscutido del consumo fueguino. Hacen filas, dan vueltas, analizan los precios y finalmente compran, generándole todos los días una abundante ganancia a la familia Braun-Menéndez. La misma familia de José Menéndez, organizador del exterminio selknam, la misma dueña de la estancia donde hoy se encuentra la fosa común en donde yacen los cuerpos de 1.500 obreros fusilados por el Estado en defensa de los intereses de la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, la misma a la cual se le otorgan hoy en día los millonarios Créditos del Bicentenario en reconocimiento de sus servicios al progreso de la Patria. Queda claro qué es la Patria.

Tierra del Fuego dicen que fue el nombre que inspiraron las visiones del humo de las hogueras yaganes en Fernando de Magallanes. En realidad, se trata del nombre taquillero con el que el rey Carlos V decidió corregir la primera elección del explorador: cuando cruzaba el 21 de agosto de 1520 por el estrecho que ahora lleva su apellido, Magallanes anotó en la bitácora un nombre, a mi criterio, mucho más acertado para describir lo que vendría: Tierra del Humo.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Marzo 2014