Poliladron

escribe Nicolás Piva▹
Lo miramos por tevé. ¿Por qué? Eso nos gustaría entender. Policías y ladrones hacen de nuestros galanes y villanos favoritos. ¿Por qué? Qué se yo, estoy re loco escuchando Arjona. ¿Por qué? Posiblemente todo sea por el mismo motivo.


Para Juli

Porque ahí vienen, ellos son
los Policías en Acción.
Hasta trajeron a la televisión
y si me agarran voy a la prisión.

Poli en Acción, Damas Gratis [fragmento]


El Poliladron es un juego que vale por dos: en una de sus modalidades, es un juego de cartas donde el ladrón busca matar a los civiles o hacerlos cómplices mientras el policía intenta descubrirlo a él y a sus secuaces; su otro formato consiste en dos grupos que se dividen en un campo y corren unos contra otros. En este último, los policías intentan llevar a los ladrones a la cárcel, mientras que estos no pueden escapar del todo: no pueden robar y huir, ni pueden ganar el juego —gracias a la falta de objetivo—, sino que únicamente pueden correr con la esperanza de no ser atrapados por el tiempo que éste dure. Hay una captura inminente, así como la ausencia del delito inicial, que convierte a los ladrones en optimistas incurables, porque a pesar de no tener nada a favor, eligen jugar igual —o tal vez sólo les tocó en suerte ese destino. Corrida a quemarropas, represión y captura se enfrentan contra la adrenalina en estado puro. Las dos posibilidades del Poliladron incluyen el mismo problema: si el ladrón es conservador, puede salir ileso o ser atrapado, sin muchas otras connotaciones; sin embargo, el juego exige cierto tipo de heroísmo que, por lo general, se hace presente. ¿Qué pasa si el ladrón no adopta el perfil esperado? ¿Qué pasa cuando el ladrón no busca ser sigiloso, ni escabullirse sin ser visto u oído?
Cuando el juego (o los juegos) entran en esta otra lógica, hay un orden preestablecido que se quiebra. Los dos bandos se disputan el ingenio, la astucia por descubrir o burlar al otro. Tanto el policía como el ladrón buscan humillar al rival ante la mirada de un tercero, porque policías y ladrones serán exhibidos como vencedores y vencidos. Parece complicado encontrar en estos juegos algún tipo de heroísmo. Sin embargo, en las cartas aparece cuando se busca complicidad y unión con los civiles; y en la otra modalidad, están aquellos que, no contentos con huir, se arriesgan por ridiculizar a los policías intentando liberar a los ladrones ya capturados. Finalmente, el que logra ganar es el que logra ridiculizar al otro.
Una anécdota que viene por el lado paterno cuenta la historia de un chico que cuando le preguntaban en el colegio “¿y vos? ¿Qué querés ser cuando seas grande?”, contestaba que quería ser ladrón o policía, que no importaba mucho cuál. Ése es, justamente, el problema con este asunto. Necesitamos elegir un bando y no es sencillo cuando la disputa es tan pareja. Asimismo, esa elección posiblemente sea un deber impuesto por los distintos axiomas con los que convivimos, muchas veces sin cuestionarlos lo suficiente (¿qué es la ley?; ¿qué es lo que está bien o mal?), o con la empatía que los personajes involucrados generan. No importa si se trata de un juego, de una historia que nos contaron o del robo de la semana pasada, existe un patrón subyacente que exige una posición.
Como si esto fuera poco, la incertidumbre se refugia en repercusiones fantásticas. No es secreto que en cuanto ocurre algo sospechoso nos interrogamos los unos a los otros; incluso hay quienes corren a prender los televisores o buscar en los diarios; y algunos más pacatos deciden refugiarse en el cine o la literatura. Elegir un bando o sacar conclusiones requiere formas y discursos que luchen y se contaminen entre sí. Sin importar el caso, siempre aparece la lucha entre policías y ladrones por obtener el apoyo de una mayoría invisible. Hay una sociedad que juzga por lo que se dice y por lo que decodifica de la información segmentada de los medios. El poder de todos los elementos culturales de cada sociedad es puesto en juego cuando se produce un hecho policial. Al servicio de la comunidad  reza un cartel que trata de seducir a los peatones, mientras otro le retruca escribiendo en la pared de enfrente: Ningún pibe nace chorro. Las señales aparecen en cuanto uno mira con cuidado. Folletines de bandidos bondadosos, novelas con detectives implacables, un belga que pregunta, un inglés que se distrae con un violín, muchos norteamericanos que entre películas y libros no se deciden quien está más conflictuado después de la Segunda Guerra Mundial, tipos que cambian de identidad, asesinos no tan malos y policías no tan buenos. Historias fantásticas de bichos tremendos, Scooby-Doo tratando de hacer lo contrario. Un diario titula y muchos periodistas investigan pero no saben cómo narrarlo y mezclan un poquito con todo lo que conocen: los policías y los ladrones juegan a ser héroes mientras todos miran. Dentro de este orden, los policías escriben novelas en vez de informes y los ladrones se vuelven personajes famosos.[i] La disputa es constante y reaparece ante cada suceso policial con mayor fuerza. Es natural que en medio de la disputa aparezcan periodistas que quieren saltar a la fama, noticieros interesados o contiendas ideológicas; así como también es natural que nos encontremos a nosotros mismos pegados a la pantalla de un televisor o cuchicheando las últimas noticias con un vecino, porque elegir un bando en estas condiciones, aún cuando en primera instancia se crea que es sencillo, implica el cuestionamiento de distintas subjetividades y preconceptos. Podríamos usar un ejemplo para ver algo de todo esto.
El viernes 13 de enero de 2006, después de una extensa jornada de trabajo, un grupo de policías leía una nota: “En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”. Un grupo de ladrones optimistas había ganado un lugar en el selecto grupo de atorrantes queribles por la sociedad y la prensa. El Robo del Siglo, como lo titularon rápidamente los diarios, tuvo los mismos tropiezos por la mezcla de géneros que otros hechos policiales de la historia. “Robo cinematográfico”, “de película”, “parecía mentira”, fueron fórmulas para correr la historia hacia otro lugar.
El Robo al Banco Río de Acassuso fue casi perfecto. Como decía la nota que dejaron adentro del banco, ese barrio de ricachones era el escenario ideal para la presentación que estaban dispuestos a armar. Vestidos con saco y corbata, se taparon las caras una vez adentro. Que pim que pam, suena la alarma, se encierran en el banco y juntan a los rehenes. Tacto: dividen en grupos y les dejan usar los celulares para llamar a las familias, contarles la situación y avisar que están bien. No es sólo la prensa la que juega a buscar simpatías. Gracias a esto la gente se calma, los familiares apuran a la policía (Ladrones: 1 vs. Policía: 0) y los ladrones se preparan.
Dicen que para parecerse a algo, hay que copiar con esmero. ¡La París de Sudamérica sólo será posible cuando robemos un banco y escapemos a través del desagüe, como hacen los ladrones en Francia! Las pretensiones aristocráticas por ser una ciudad europea pudieron acercarse al objetivo después de la hazaña de estos muchachos. Si bien alguno quiso compararlos con los ladrones ingleses que en 1971 robaron el Lloyds Bank de Londres, los protagonistas que se encerraron en el Banco Río tuvieron otras fuentes de inspiración. Corría el año 1976 en la ciudad Naza (Francia), cuando la banda de Alberto Spaggiari (conocido mercenario que se juntaba con otros muchachos de la sociedad paramilitar), “Las Ratas de las Alcantarillas”, robaron el  Banque Société Générale de Naza durante el fin de semana largo que proporcionó el festejo por el aniversario de la Toma de la Bastilla. Los tipos se quedaron tres días abriendo todo muy prolijamente después de haber diseñado un túnel que llevara desde el desagüe pluvial hasta la pared del banco. El registro más claro para la comparación lo dejaron en una pared: “Sin violencia, sin armas, sin odio” escracharon antes de irse por el túnel por el que habían entrado. En fin, el resto de las aventuras de Alberto y su pandilla no son relevantes, aún siendo de gran interés. Lo importante es que, siguiendo el modelo europeo, el equipo que se encerró dentro del Banco Río dividió en distintos grupos a los rehenes para que la policía no pudiera entrar sin correr riesgos y se sentara a esperar.
“Negociación” fue la palabra que circuló en boca de todos durante muchas horas. Unos tipos encerrados ahí y un montón de policía rodeando el edificio mientras en la televisión las imágenes iban de acá para allá tratando de acercarse lo más posible. Los periodistas se debatían entre criticar el accionar de la policía bonaerense o arriesgar predicciones y conjeturas como si de ellos dependiera la resolución del conflicto. Del otro lado, un montón de gente que no sabe del todo en quién confiar ciegamente, se queda pegada a la pantalla. En esta trifulca, todo lo que uno sabe se mezcla: el hecho policial articula un tipo especial de tensión, prepara el campo para la disputa que se discutía anteriormente. Todo se mezcla, y tanto en cabeza de policías como de ladrones estaba todavía presente la Masacre de Ramallo de 1999, y era evidente que se tomarían precauciones. En aquella ocasión, la policía mató a dos rehenes y uno de los ladrones. Para colmo se desató el escándalo interno cuando el ladrón que sobrevivió apareció ahorcado en su celda inexplicablemente a los dos días. (Sociedad: 0 vs. Políticos y Policías: -∞). Los ladrones imposibilitaron la entrada, y aprovechando las precauciones que tomaba la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, dejaron transcurrir las horas mientras abrían las cajas de seguridad. Otro antecedente: la relación del Corralito con los dólares de la gente de Acassuso que no quisieron dejarlo al alcance del banco o el gobierno y las cajas de seguridad formaron un botín recontra espectacular. (Ladrones: 2 vs. Policía: 0).
Cuando necesitaron hacer tiempo para escapar, usaron la varita mágica. Hablaron con el mediador y lo usaron de delivery: “queremos pizza y gaseosas”. En una negociación de este tipo, es muy común pedir la última comida en libertad. (¡¿Muy común!? ¿Para quién?) El ego de la policía estaba a salvo: creyeron que los ladrones estaban cediendo ante el acecho; nada más policíaco que subestimar al otro; después de comer, seguro podrían empezar a pedirles rehenes; ¡ni siquiera eso: los primeros rehenes saldrían a cambio de la pizza! Rehenes por pizza. 16:37 de la tarde la policía llegó, megáfono en mano, con la pizza hasta la puerta del banco. Esperando algún tipo de respuesta se encontraban: la Policía Federal, el Grupo Halcón, distintos personajes de la política bonaerense, todos los medios de comunicación, los familiares de la gente encerrada en el banco, algunos curiosos, más de un falso ricachón preocupado por su dinero y el calor propio de principio de año. Nadie contestó. Eventualmente, llamaron al teléfono del banco, pero contestó una voz que protestaba: “entren, estamos solos”. ¡¿Solos?! Imposible. Ladrones tontos, como si se la fueran a creer. Las cámaras de televisión gastaban todo el zoom en esfuerzos ridículos. Revisaron uno por uno a los rehenes y se dieron cuenta de que era cierto. Llegaron al subsuelo y encontraron el homenaje a los amigos franceses, junto con algunas armas de plástico y la notita. El boquete que llevaba a los desagües se extendía prolijamente hasta llegar al lugar donde las balsas para cargar el botín los esperaban. Como si esto fuera poco, la reversión argentina constaba de un dique por si faltaba agua para mover las balsas.
Los días y meses siguientes los medios definieron la disputa. Ladrones: 10 vs. Policía: 0. Eran héroes, caballeros, personajes de historias maravillosas o parientes de Robin Hood. No dudaron en decir que las armas de plástico, la nota y el pedido de pizza eran burlas a la policía. Se lavaron las manos, que nunca ensuciaron del todo, y declararon la victoria por la que los ladrones habían luchado. Ahora bien, a pesar de toda la sagacidad de los asaltantes, hay algo que sigue siendo sorprendente: ¿cómo les fue posible visualizar tan claramente el accionar de la policía? Rehenes con celular significaba familiares, prensa y policía. La presión de que se supiera que estaban todos bien era tranquilizadora, pero eso era, en realidad, presión social contra la policía. Extender las negociaciones y pedir comida fue, a ojos de la policía, una victoria: ¿cómo podían saberlo los ladrones? ¿Cómo podían reconocer los tiempos del operativo policial? Estas preguntas reaparecen cuando se ha comprobado que no había miembros de la policía en la banda, porque de otro modo serían respuestas muy poco interesantes.
Pocos años antes, en 2002, se televisaba por el canal Telefé la primera temporada de Los Simuladores, la maravillosa serie dirigida por Damián Szifrón donde un grupo de personas resuelven todo tipo de problemas a través del montaje de simulacros muy sofisticados. El séptimo episodio (“Fuera de cálculo”) muestra a dos de los personajes realizando un operativo ‘menor’ dentro de un banco cuando se produce un robo y son tomados como rehenes. La policía aparece en escena y se hace cargo de la situación de la misma manera en la que lo hizo en la realidad frente al Banco Río unos años después. Cuando uno de los ladrones sale para negociar, es asesinado por la policía. Los Simuladores hablan con los ladrones e idean un plan para escapar, después de ver la situación y darse cuenta de que estaban ahí por culpa de un sector de la policía (el mismo que ahora los estaba matando). Mensajes de la gobernación, llegada de un grupo ‘especializado’, negociaciones por teléfono, la mirada de los medios para saber qué pasa afuera del banco, disposición espacial de la policía, pedido de comida para actuar: hay una contaminación entre ficción y realidad que vuelve a aparecer de relieve. En el Robo del Siglo estuvieron ponderados desde la coyuntura política (Masacre de Ramallo, Fin del menemismo, Corralito) hasta el imaginario formado por los elementos de la cultura (rol de policías y ladrones, amabilidad, pistas falsas, escape planificado, supresión de la violencia para robar, etcétera). No es la primera vez que los policías copian a las fuerzas de seguridad que han visto en otro lado. No es la primera vez que un bandido quiere ser parte de una historia. Si Silvio Astier quería ser Rocambole y Mario Santos el personaje de una novela de su padre, no debería sorprender este tipo de mezcla.
En fin, si el ejemplo no es claro, es interesante. Los discursos luchan del mismo modo que policía y ladrones se enfrentan y se mezclan. Esa mezcla y las bajadas de líneas preestablecidas son las que provocan indecisión cuando los malhechores se vuelven optimistas o poetas. Pero, ¡atención! Tampoco hay que subestimar la información que nos llega por los distintos medios de comunicación, que permanentemente intentan inclinar la balanza hacia algún costado. Porque, en realidad, tanto héroes bandidos como policías salvadores no importan. La información que media entre el hecho y los espectadores es la que intenta filtrar esa mezcla y buscar un lugar relevante para los mismos medios de comunicación. Es por eso que vemos durante muchas horas los detalles más íntimos de cualquier fechoría, porque están tratando de inclinar la balanza o ganando dinero con  nuestra incertidumbre. Mientras, nosotros nos olvidamos de que en realidad da lo mismo, y que alguien con menos preconceptos diría que le da lo mismo ser policía o ladrón, pero que seguramente intentará ser un héroe.
 

[i] No es prudente abundar en ejemplos. Para los interesados, se recomiendan las siguientes presentaciones, donde más allá del objeto de estudio, aparecen claramente las líneas donde los discursos se mezclan:

- Canala, Juan, Aristócratas del crimen: periodismo, fama y ficción en la segunda mitad del siglo XIX en Jornadas de literatura y cine policiales (2014). (Ver: relaciones entre prensa policial y narrativa policial hacia el final del siglo XIX; procesos de modernización que sufre la policía de Buenos Aires en relación con el cambio entre institución-narrativa- prensa; la intervención de la fama). Link: http://trapalanda.bn.gov.ar:8080/jspui/handle/123456789/6713

- Saítta, Sylvia, Policiales radiales, detectives en el éter en Jornadas de literatura y cine policiales (2014). (Ver: Intervención del relato policial en el discurso radiofónico; Programa Ronda Policial y la influencia del Comisario Ramón Cortés Conde). Link: http://trapalanda.bn.gov.ar:8080/jspui/handle/123456789/6710

Ilustración por Julián Rodríguez F.Agosto 2014