“Si tengo cara de Bruno, mejor”

escribe Urco▹
El historietista Bruno Bauer nos brinda una entrevista ideal para los aficionados a la crítica, la izquierda, el humor... Y para los que no también.


Bruno Bauer fue un pensador alemán  del siglo XIX que escribió sobre teología y filosofía, conformando junto con otros autores del momento lo que la historia denominó ‘jóvenes hegelianos’. En la primera mitad del siglo XIX se empezó a cuestionar la filosofía de Hegel, sobretodo la complacencia entre su teoría y la realidad política de ese momento, el Estado prusiano de Federico Guillermo III. Frente a esta problemática, los jóvenes hegelianos se apropiaron de aquella teoría y trataron de llevarla a la práctica. En esta tarea se encontraron grandes pensadores como Bruno Bauer, Max Stirner o Karl Marx, dando origen a diversas escuelas de pensamiento como el anarco-individualismo y el materialismo histórico.
Bauer influyó en la temprana formación de Karl Marx, incluso trabajaron juntos en la redacción del libro La trompeta del juico final contra Hegel. Más tarde Marx se volvería contra su maestro, criticándolo en varias de sus obras como La cuestión Judía y La ideología Alemana. A partir de la década de 1840, tras la muerte de Guillermo III y la continuación en el trono por parte de su hijo, la situación en Prusia se vuelve desfavorable para quienes aspiraban a conseguir reformas dentro del reino. El nuevo monarca muestra su lado más conservador, lo que lleva a los jóvenes hegelianos a empezar a cuestionar también la monarquía como forma de gobierno y radicalizar sus propuestas. Bauer se dedicó a profundizar sobre teología y la idea de que Dios no existe, o al menos como se pensaba hasta el momento. Fue forzado a exiliarse, y quien fuera el maestro de Marx y Nietzsche, continuó su pensamiento teológico hasta su muerte en 1882.
Sin embargo Bruno Bauer no ha desaparecido. O, mejor dicho, ha vuelto en forma de historietas. Quien hoy porta su nombre afirma haberlo elegido por comodidad, sin tener en cuenta la breve reseña histórica antes mencionada. Bruno Bauer, hereje historietista argentino, docente y “demoledor de monumentos” es el autor de Lenin y Vos, libro que compila las historias de Lenin, el profesor Lambroso y el pibe Altamira. Sin dejar de despertar la polémica en los cúmulos izquierdistas del momento, Bauer vuelve al debate político desde un lugar singular que todavía no sabemos bien en dónde se encuentra. El equipo de El Pez Digital, esta vez en colaboración especial con Francisco Uriona, viaja erráticamente hasta el partido de Vicente López para develar algunas de las posturas que se traslucen en este peculiar historietista. En un café de la estación Borges, Bruno Bauer nos cede generosamente su tarde de domingo para todos los aficionados de la crítica, la izquierda y el humor.

¿Cómo fue el primer paso para empezar a hacer historietas?
Siempre dibujé. Mis primeras historietas fueron unas que se llamaban El Árbol de la Vida, que las hice cuando era pendejo y estaba en el secundario. Algunas están bastante buenas, y otras son espantosas. Pero las historietas autorreferenciales me dieron a mí la posibilidad de trabajar en una página algo que pudiera compartir.

Leímos en une entrevista que antes el personaje principal eras vos y que después se fue trasladando a Lenin.
Esas historietas no aparecen en ningún lado. De hecho las bajé del blog todo. Son historietas que me trajeron quilombo. Porque yo cuando empecé a dibujar estaba muy influido por esa página de historietas reales, que todavía sigue pero en el momento fue furor. Ahí dibujaban Mosquito, Salazar, gente que están instalados en el circuito pero que no obtuvieron el reconocimiento de un Parés o un Liniers. Gente que ha sacado sus propios libros; bueno, de hecho Mosquito ya está en camino de trasladarse a ser uno de los grandes. Salazar, que es para mí uno de los más talentosos de ese grupo, era el que más me gustaba de historietas reales. Tiene una línea impecable, es un gran dibujante y era muy bueno lo que hacía. Sus historietas autobiográficas tenían mucha calidad. El tipo lograba, realmente, sintetizar todo. Yo antes me subía a esa onda, sin estar formalmente. 

En su momento, ¿por qué se te hizo quilombo laburar con historietas autobiográficas?
Yo subía las historietas autorreferenciales con las otras al blog. Y yo, siendo docente, en una historieta me burlaba de los pibes. En realidad fue injusto lo que hicieron, entendieron que lo que hace una persona en un ámbito de su vida necesariamente tiene que traducirse en los demás ámbitos de su vida. Entonces si vos dibujás una historieta muy violenta, es porque sos un tipo violento. Si dibujás una historieta erótica, es porque sos una persona con una obsesión sexual y así en general. Esto viola el postulado número uno de la creación artística: el artista no es su obra. Igualmente hay artistas que violaron eso, que dijeron yo soy la obra de arte. Y tipos como Crumb que hicieron de su vida su obra. Esa es una decisión que toma el artista. En ese sentido es un poco autoritario, porque es el artista el que decide. Mi error fue tener una confianza ciega en la autonomía de la obra. Yo pensé que podía dibujar cualquier cosa y que nadie me podía juzgar por eso. Me equivoqué y a partir de eso usé un seudónimo, que es Bruno Bauer. Por un lado, soluciona superficialmente algunas cosas. Porque yo no soy Daft Punk que la publicación del libro la hice con una máscara en la cabeza. Yo no me voy a calentar mucho en ocultarme.

¿Siempre tuviste esta faceta dibujante?
Sí, pero no siempre lo publiqué. Recién empecé a publicar en el 2008 con el blog.

Hay algunos inéditos entonces.
Una bocha, pero está bien que sea así. Se merecen la ‘inedición’. No se están perdiendo nada. En términos generales, cuando yo veo que sale la obra inédita de algún artista sé que no hay que comprarlo. En ese sentido no se equivoca el mercado.

También es una suerte de deslealtad, digamos, publicarlo algo a un tipo que se murió.
A veces lo publican ellos mismos. Y ahí te das cuenta: unos poemas de mierda o una música de mierda. Bien inéditos estaban. Así que, voy avisando, el día que aparezcan inéditos míos no los compren. Yo, aparte, si tengo algo bueno lo publico. Las cosas que tengo y no publico es porque pueden generarme algún quilombo o porque no me convencen todavía para sacarlos. Con Quino y Mafalda pasó algo parecido. Salieron unas obras inéditas y Quino en el prólogo dijo que muchas de esas historietas no se publicaron porque no tienen sentido ya y otras porque son malas. Súper sincero el prólogo, y un libro que por otro lado está bueno. Pero  hay quienes sobreestiman los inéditos. Reivindican esa cuestión de la esencia, totalmente romántica de que lo que no se puede ver es más verdadero de lo que se ve.
Otros blanquean, Crumb lo que hace es sacar sus inéditos como dibujos sueltos. Entonces es obra inédita pero tiene calidad. Pero es dibujo suelto, no esperes ni historieta ni nada más. Eso está bien. Igual, Crumb no fue ningún tonto porque le vendió todos sus cuadernos a un coleccionista. Lo capitalizó sin que se publique. Ahora si el coleccionista lo quiere publicar, es decisión del coleccionista y nadie lo va a putear a Crumb. La hizo re bien.

¿Por qué elegiste Bruno Bauer como seudónimo?
Yo necesitaba un nombre, falso. Primero apareció la necesidad y después la idea de usar un seudónimo. En esa época yo estaba mucho más vinculado a la izquierda que ahora. Puro Lenin. Yo este año no dibujé ni uno sólo. Me voy despegando de eso.  Bauer está muy vinculado a la izquierda intelectual. Pero lo que me tentó fue algo sumamente eufónico. Bruno Bauer es un nombre extranjero que podía sonar como argentino, ¿entendés? Si me ponía Ludwig Feuerbach era muy pretencioso. Antes era muy común acá que los artistas se pusieran pseudónimos extranjeros porque estaba esa cosa de que lo de afuera era mejor. Pero el tema es que a veces no son ni fáciles de pronunciar esos nombres. Bruno Bauer, entonces, me resultaba muy fácil. Es un motivo medio miserable porque yo la verdad no leí ningún libro de Bauer: no hay nada traducido de él.
Lo que todos leímos de él son las citas que incorpora Marx para criticarlo. Esta buena la historia de Bruno Bauer en realidad. Una vez que lo elegí, me quedó eso como consuelo. Porque Bruno Bauer fue un maestro de Marx, fue profesor de él. Lo quiso acomodar en la Universidad de Bonn pero justo en ese momento vino una movida muy anti-hegeliana en el año 1932. Entonces se quedó sin laburo y ahí se le cayeron varios de los que estaba con él. No sólo Marx, sino también su hermano Otto Bauer que es un personaje, realmente. Él era un profesor, un tipo instalado en el sistema. Pero su hermano era un borrachín, un tipo que hacía dibujos pornográficos y de paso leía a Hegel.
Ellos eran hegelianos de izquierda, desde un sentido teológico no político.  El tema era si se podía pensar una filosofía separada de la teología. Hegel te daba las dos opciones y ellos entendieron la posibilidad de una crítica filosófica a la teología. Hegel era catequista y filósofo. Entonces muchos entendían que filosofía era un resultado natural de su teología, ellos no. Pero no eran personas de izquierda políticamente. Después Bauer se va a transformar en alguien cada vez más reaccionario, hasta tal punto que va a ser revindicado posteriormente por Nietzsche. Imaginate la deriva que pega: de maestro de Marx a influencia de Nietzsche. Pero eso es todo posterior, la verdad es que a mí me sonaba bien el nombre.
También es una incomodidad. No me gusta que me digan Bruno y sé que, paradójicamente, hay mucha más gente que me conoce por ese nombre que por el verdadero. También hay gente que me conoce personalmente y me sigue diciendo Bruno. Y ya está, me la tengo que fumar.

Igual, disculpá que te diga: tenés cara de Bruno.
Bueno, cuando yo era chico quería llamarme Bruno, creo que era porque un peluquero del barrio tenía ese nombre.  Tengo ese recuerdo. Habré tenido seis años… ¿Viste que todos los pibes quieren cambiarse el nombre? Cuando descubrís tu identidad, lo primero que hacés es querer cambiarla. Si tengo cara de Bruno, mejor.

En una entrevista con Pablo Turnes para El Iconoclasta, Podetti caracteriza a los ’90 como un quiebre en el sentido editorial para el historietista. En la nueva década del milenio, se redujeron las publicaciones en revistas impresas para las historietas y el oficio se trasladó a internet y a la publicación más reducida en libros. ¿Compartís esta opinión? ¿Cómo encara su trabajo el historietista actual?
Para mi generación fue muy fácil y creo que para la que se viene va a ser más fácil todavía hacer historietas, porque la herramienta ya está. Cuando instalé banda ancha en mi casa era cuestión de semanas para que me largara a hacerlo. Mi modelo fue la blogósfera, con blog y wordpress. Yo era un lector de blog y traté de agarrar esas herramientas. El consumo y la producción están mucho más accesibles pero también en cierta forma te avasalla. A mi hasta me han traducido historietas al portugués, supongo que gente de Brasil. La diferencia está en que en la web vos siempre sos el centro, en el formato impreso vas a tener un lugar más reducido o limitado al cual te tenés que adaptar. Y ahí te la tenés que bancar porque no podés pedir que te den la tapa.

¿Qué función tiene el humor?
El humor es de esas cosas que surgen socialmente de forma casi espontánea. En un mundo sin periodistas sería difícil que haya periodismo pero si hoy matamos a todos los humoristas el humor seguiría existiendo. Pero creo que el humor te permite hacer una crítica de los valores, pero hacia adentro de ellos. Está la tentación de abstraerme completamente de los valores y hacer un chiste que hable de nada: es el famoso humor absurdo —que tiene su público, pero a mí no me interesa. Otra tentación de los últimos tiempos es hacer un humor que ataque todos esos valores, la famosa incorreción política. El buque insignia de eso fue Southpark. A mí me hace reír pero rápidamente se muerde la cola porque, tarde o temprano, van a querer defender un valor y, en ese momento, es cuando se traicionan. Cuando fue el atentado a las torres gemelas, Southpark no resistió a hacer un capítulo un poco más patriótico y trató de venderlo como parte de la misma irreverencia, cosa que algunos no perdonaron. Sacando esos dos extremos, me parece que la cosa va cuando, desde el humor, se para por fuera de esos valores y señala hacia adentro la falta de esos mismos valores. En realidad, es lo que pasó siempre, desde Aristófanes, que criticaba a Sócrates, hasta la actualidad. Históricamente el humor es eso, un tipo con nariz roja y pantalón que le queda grande, que te dice a vos que sos un boludo. Si lo hacés mal, quedás como un boludo, y si lo hacés bien, te da esa impunidad. Por eso me parece que es una pérdida de tiempo apuntar a un humor sin valores. Cuando vos sacás los valores perdés el marco de referencia y ya no hacés humor.
Todo esto vino a discusión nuevamente con lo de Charlie Hebdo. ¿Hizo mal o hizo bien en burlarse de los musulmanes? No podían hacer otra cosa. Y, por otro lado, era iluso pensar que ellos lo iban a hacer desde una neutralidad total. Charlie Hebdo es, para bien o para mal, una revista occidentalista —si entendemos que el occidentalismo va más allá de la derecha patriótica. Y Charlie Hebdo criticaba desde ahí. Necesitaban que exista el occidentalismo para saltar afuera y criticar. Si vos borrás los valores, que es lo que quieren hacer algunos humoristas, ¿desde dónde te vas a burlar? Es un sistema de producción cultural mucho más dependiente de las referencias que otros. Porque si no, no funciona, no entendés de qué te estás burlando.

Hay que rescatar también cierta practicidad del humor absurdo. A veces la irracionalidad y la apatía de valores pueden funcionar muy bien para interpelar al receptor de esas historietas y evidenciar ciertas posturas en el público. Yo recuerdo una tira de Gustavo Sala que se llamaba David Gueto. Después de hacer esa historieta, donde un DJ trataba de animar un campo de concentración para que “los jabones salgan mejor”, tuvo problemas con la DAIA. En todo el tiempo que Sala utilizó su humor característico no tuvo ningún problema hasta que se metió con el tema de los campos de concentración. En definitiva, sirve para que salgan los ‘cola de paja’.
Está muy bien, es como una suerte de Test de Rorscharh. Vos ves ahí qué tiene en la cabeza el que interviene. Muchos piensan que hacer humor absurdo es hacer cualquier cosa. Gustavo Sala puede llegar a usar herramientas estilísticas que rehúsan un cierre, pero trabaja claramente con elementos valorativos. Lo voy a decir de manera brutal: no es casualidad que Sala guste en un público de izquierda o populista. Porque en su humor existe la crítica a determinadas clases sociales, ciertas costumbres y a vacas sagradas de la cultura de los medios. Liniers nunca haría una historieta con un campo de concentración, porque busca su material en una poética personal, y no es el único. 

¿Qué receptividad notás de lo que vos publicás? ¿Cómo te imaginás a tu lector?
No hay un lector que yo me imagine, salvo cuando hago algo más específico como mi trabajo con la revista MU. A medida que se iba intensificando y masificando mis historietas yo me convierto en alguien más insensible en ese sentido. No leo todos los comentarios, salvo cuando son poquitos. Como pasa a veces con el blog. He recibido críticas muy duras, y las he tomado. Y eso te deja un moretón, pero después de eso te queda el cuero más duro. Y cuando pasé a Facebook, que es más fácil comentar, le dejé de dar tanta importancia.
Con respecto a mi público, si bien no me lo imagino veo que es gente de izquierda por lo general pero son cosas que no quieren decir nada. 

Conozco militantes de izquierda que te odian, y otros que dicen que sos un capo.
En realidad, es loco. Me critican pero de alguna manera yo dibujo para ellos. Porque ellos son los que están más preparados para leer mis historietas. Y, por otra parte, si me insultan es porque me leen. Ahí se genera una dialéctica medio nefasta, donde a ellos no les gusta lo que hago pero indefectiblemente lo terminan leyendo. Es una relación enfermiza que pasa con mucha gente que se dedica a provocar a su propio público. Yo no hago eso. Yo siempre lo dije, no soy  trotskista. Soy una especie de socialdemócrata… la palabra para eso es ‘progre’. Acá, en Argentina, la palabra para gente como yo es esa.

Es una palabra muy malgastada.
Está hecha mierda, pero aun así  me la sigo colgando al pecho porque no encuentro una palabra mejor. Decir que sos un socialdemócrata es medio de gonca. Esa palabra quiere decir “yo voto en Noruega”. Entonces, yo prefiero asumirme como progre. Sabemos lo que han votado los progres en estos últimos treinta años.

¿Cuál es el intento revolucionario o izquierdista que más te apasione?
La historia de la izquierda italiana es muy interesante porque combinaba el llamado a las armas para la resistencia al fascismo con el intento de escapar a cierto vanguardismo que estaba muy de moda en ese momento. Fue un partido de masas que ganaba municipios. Es interesante porque uno está acostumbrado a partidos de izquierda, como el argentino o el inglés, que no te ganan nada. Rompieron el miedo occidental de la izquierda al poder electoral. Y la social-democracia austríaca también porque si bien rechazaba el bolchevismo pasó a las armas para resistir a la derecha austríaca en la década del veinte. O, en América Latina, el trotskismo boliviano. Me interesan esas izquierdas que escapan a lo sectario. 

¿Por qué elegiste a Lenin?
Había cursado Historia de Rusia, tenía mucho material de Lenin y yo empecé haciendo historietas para los compañeros que habían cursado conmigo. Entonces la decodificación estaba casi garantizada. Lo que pasa es que en un momento se puso medio incómodo. Yo mandaba mis historietas por mail, después continué agregando gente a esa cadena y era cuestión de tiempo para que empezara con mi propio blog. Pero ese tema ya se acabó, debo confesar que ya pasé a otros análisis y otros personajes. No sé cómo se recibirá eso, porque para la gente yo sigo siendo Lenin y Vos. Pero ya prácticamente no hago tiras con Lenin y mi cabeza está funcionando con otros formatos.

Según una entrevista, “el pibe Altamira es un homenaje a la izquierda que siempre pierde, pero está”. También afloran las críticas, ¿cómo combinas estos dos elementos?
Es un homenaje en serio, ¡eh! Es una burla a la izquierda que siempre se relata a sí misma, que es siempre a través de derrotas. Es decir, los grandes hitos de la izquierda son objetos incómodos. Vos fíjate que cuando cierta derecha relata su historia la relata como progreso. Y los fracasos de la derecha son vistos como una victoria en otro plano por lo general. O como una tragedia. Pero en la izquierda siempre está eso de asumir la derrota pero pensar que tenemos razón. Lo que trato de hacer con El Pibe Altamira es burlarme de ese romanticismo. Y también utilicé un instrumento muy clásico del humor: el tonto.

En una entrevista dijiste que nadie hace humor para apuntalar monumentos. ¿A cuáles apuntas desde tu lugar como historietista?
A la izquierda, obvio. Pero también quiero burlarme de la derecha. Es, de hecho, lo que estoy tratando de hacer desde la revista MU. Pero tengo el problema de que la derecha no me lee, entonces termino gritándole a una puerta que está cerrada. Yo puedo decir que Macri o Milani son unos represores. Pero ellos no me leen y tampoco su gente. En cambio, la izquierda sí me lee y prefiero hacer chistes en ese sentido. También lo hago porque hay una tradición de izquierda muy de mierda que no ha tenido su pertinente crítica. Pero ahora estoy tratando de salir un poco de eso. Quiero hacer chiste sobre la derecha pero que nos alcancen. No quiero reirme del otro. Hacer chistes sobre el otro es lo más fácil del mundo, como el viejo chiste sobre los judíos o los gallegos. Ese formato está condenado hoy por discriminador y, a su vez, habilita otro tipo que es el chiste sobre policías, chetos o clase media. Ellos son el nuevo otro, y es fácil porque no te van a escuchar. Es como hacer chistes sobre la gente que está en aquella mesa, porque son más viejos que nosotros. Y sí, nos vamos a reír toda la noche pero nunca vamos a pensar qué somos nosotros. Entonces, la derecha como otro no me interesa. Sí estoy intentando ver qué elementos de la derecha llegan a nosotros que no nos consideramos de derecha. Así que, ¿otro chiste contra Hitler? No viejo, ya está. 

Durán Barba afirmó en los últimos días que “el Pro era el único partido de izquierda en la Argentina”. A mí se me ocurren demasiados chistes y preocupaciones pero, siendo un tema recurrente en tus historietas, cómo pensás a la izquierda actual? ¿Crees que hay renovación?
No creo que el PRO sea un partido de izquierda, y menos que sea el único. Yo creo que a Duran Barba, a esta altura, le interesa más ser él mismo que ser del PRO. Hay un conjunto de revindicaciones que la izquierda, hoy por hoy, puede mantener, pero son casi sectarias. Por ejemplo: limitarse a la clase obrera. La clase obrera que trabaja en blanco y está sindicalizada en Argentina es una minoría que, en gran parte, comparte aspiraciones con la clase media. Yo en el año 2001 tuve que censar cerca de la cancha de San Miguel, en Los Polvorines. La casa más linda era de un obrero automotriz… no podés pretender que ese tipo sea un desahuciado social. Puede ser un sujeto revolucionario, pero no lo va a ser por la escasez. Entonces, si vos te limitás sólo a ese grupo, vas a perder, en cierta forma, ese sentido igualitarista que tenías. El marxismo funcionó muy bien para esa clase obrera y, por tal motivo, le sobró siempre mucha gente: el campesinado, el resto del proletariado, etc. Siempre fueron un muy buen partido de un grupo social específico que, salvo en contadas ocaciones, nunca fue la vanguardia del resto de la sociedad.
Me parece que un partido de izquierda no puede dejar de plantearse, a sí mismo, como una crítica al sistema capitalista; lo que no implica plantearse destruirlo, porque hoy por hoy es muy difícil plantearse ese objetivo. Tampoco renunciar a la democracia, la izquierda tiene que ser democrática: si no te comés el sistema democrático, buscarás la forma de ser más democrático, pero no renunciar a eso y pensar que la democracia es una basura, o un instrumento burgués. La izquierda tiene que representar a aquellas personas que más sufren la desigualdad social y trabajar desde esa perspectiva. Después hay que ver quiénes forman ese grupo: pueden ser los campesinos, los piqueteros, los obreros, los indígenas, etc. En cada caso será distinto, y la crítica al sistema va a darse de una forma diferente. La izquierda tiene que amigarse con el sistema democrático constitucionalista, teniendo en cuenta que tiene un montón de filtros que pueden ser banderas de la izquierda. Las asambleas, por ejemplo, te pueden dar un gobierno mucho más represivo que intermediar todo eso a través de la ley. La gente no va a ser intuitivamente más progre que las leyes. Si ahora dejás el poder en manos de asambleas, creo que tenés pena de muerte en todos los barrios o leyes más duras. Entonces, ahí la izquierda tiene que entender que la ley está de su lado. Después, la sociedad cambia todo el tiempo, y hay que ir tomándole el pulso a ese movimiento. Los grandes movimientos políticos tienen esa habilidad.  




Año 2389: El PO gana las elecciones y un trabajador de la cultura que se llama Bruno Bauer es elegido ministro de cultura de ese gobierno. ¿Qué medidas tomarías?
Yo si no quiero bajar línea como partido, mucho menos por ahí. No sé, es una pregunta que me excede. Primero, no sé cómo sería un estado socialista. O sea, si es un estado socialista como los que ya conocemos, mi primera medida como ministro de cultura es renunciar y segundo irme a la mierda. Ahora, en un estado socialista como uno se lo imagina, no sé. Yo te puedo decir que en un estado capitalista sería mucho más cuidadoso en dónde pongo la plata teniendo en cuenta que acá se confunde cultura con industria cultural. Acá se piensan que incentivar la industria editorial argentina es que se editen libros impresos en Argentina. Entonces reparten plata. Lo mismo pasa con el teatro. Yo me acuerdo que un autor –creo que fue Tito Cossa– dijo que acá piensan que incentivar el teatro es darle plata a Sofovich y no a una apuesta de Macbeth porque Shakespeare es un autor extranjero. Entonces ahí me parece que hay una confusión muy grande porque se lleva a la cultura un criterio industrial. En industria ya se sabe lo que hay que hacer: proteccionismo y toda la bola. Yo los entiendo, si a mí me das una guita con criterios industriales es mucho más fácil. Yo te puedo decir, “mirá, se publicaron tantos libros, hay tantas obras de autores argentinos. Tenemos un quince por ciento más que el año pasado.” Ese es un criterio industrial. Y la cultura, si tiene una industria cultural, tiene otros derroteros. Entonces en ese punto, sería un poco más liberal. En el sentido de que vos querés salir en una obra de teatro incomprensible, bancate sólo. El desafío es ese. Si vos querés romper las convenciones, no podés pedirle a este Estado que te banque tu ruptura. No tiene sentido. Es un poco también lo que pasa con cierta militancia universitaria. Pretenden que la Universidad, financiada por el estado capitalista, se limite a enseñar teoría crítica contra el capitalismo. Pero el Estado no va a formar a sus propios enemigos.
Yo cursé en Puán por el año ’99 y la discusión era qué había que hacer con la Universidad. En ese momento la alternativa era el FOMEC (Fondo para el Mejoramiento de la Calidad Universitaria), que estaba muy demonizado en esa época por la idea de que se trataba de hacer una universidad más selectiva. El quid de la cuestión era arancelamiento o no arancelamiento. Cosa que era una boludez, porque ya existe el arencelamiento. Porque el tipo que vive en Ezpeleta paga mucho más que el que vive en Caballito. Hay un arancel social, que hace que el tipo que vive en Caballito pueda cursar más fácil que aquel que viene de lejos. El tipo que sale dos horas antes, y llega dos horas después prácticamente no puede laburar. En la década del noventa los horarios estaban muy concentrados en una franja que coincidía generalmente con el horario promedio de trabajo. De manera que si vos querías cursar bien, prácticamente no podías laburar. Ahora se descentralizó tanto el horario de trabajo como el de cursada. Pero la cuestión es que, en medio de esa problemática, un flaco se levantó en un práctico y dijo que la Universidad lo que tenía que hacer era instruir a los estudiantes en una crítica a este sistema que genera exclusión. El profesor lo interrumpió y le dijo que la Universidad era estatal, y que no financia actividades anti estatales.  Si no, el día de mañana formamos un grupo revolucionario armado y pedimos un subsidio para comprar armas y municiones. Entonces, si vos te planteas culturalmente en contra del sistema, no podés pedir ayuda al sistema.
En cierto punto, el mercado, creo yo, puede ser mucho más democrático que el Estado. Tener que besar el culo adecuado para que te den el subsidio que necesitás te compromete mucho más. O sea, nosotros sabemos que el mercado acá es muy oligopólico y depende de muchas convenciones brutales. En el sentido de que si vos querés que te publiquen tu canción tiene que ser una canción de mierda. Si querés que te publiquen la historieta tiene que tener un humor idiota. Pero no está todo dicho. Hay gente, de entrada, intentando hacer una obra que no resultaba digerible triunfó en el mercado. Como el caso de Liniers. A mí no me gusta, pero en la década del ’90 le hubieran pegado una patada en el culo en cualquier revista y hoy vende sus libros y es, junto con Nik, es uno de los pocos que se la banca solo.
Entonces, el Estado tiene que ser mucho más selectivo y tiene que fijarse mejor en dónde pone la plata. Hay actividades que de verdad necesitan ayuda. Hay una actitud, a veces generalizada, de pretender hacer algo que por sí mismo no genera éxito pero querer que te lo aseguren por otro lado. Y eso es muy injusto porque generalmente son personas que logran el subsidio por un contacto que ya tienen. Hacen una obra que se mantiene al margen del mercado, pero la insertan en un cúmulo de relaciones personales mucho más pesado que el mercado. Y en gran medida lo pueden hacer porque son rentistas. Pero no quiero bajar línea con esto porque la actividad cultural es realmente un quilombo.

O sea que en un estado socialista seguirías siendo historietista.
No, capaz que pediría un cargo subalterno en el ministerio. Yo tengo alma de oficinista. No sería ministro, pero me gustaría estar al frente de firmar cosas con un sello. Tomar decisiones, ni en pedo. Y menos en el ámbito cultural que, repito, es un quilombo. ¿Dónde termina la cultura?





Ilustración por Bruno BauerMayo/Junio 2015