Siga la vaca

escribe Urco▹
No es culpa del chancho, no sé si queda claro. Más peronismo gracias a Urco, por si se lo preguntaba.

Vegetarianos abstenerse, veganos go home, frutiveganos… lean bajo su propio riesgo. Lector, esto no es pavada. Vive en nuestro país una mujer hermosa. Una mujer  que con su mansa presencia puebla nuestras praderas y embellece cada rincón de nuestro querido suelo pampeano. Nos da alimento a cambio de vivir de pena en pena, en campos de exterminio meticulosamente organizados para optimizar la producción. Sí lector, usted las vio al costado del camino, tienen cuatro patas y una cola pomposa; lector, usted sabe que estoy hablando de la vaca.
Como dijo Aristóteles, el todo es más que la suma de las partes y, justamente, el ganado vacuno es mucho más que una simple vaca. Desde El Matadero hasta la Oda a los ganados y las mieses la vaca es el punto de discordia de las clases literatas y dirigentes. Pero, ¿a qué se debe su multitudinaria presencia en nuestro país? Posiblemente signifique más que el alimento y el abrigo de muchas personas. Podría decirse que su presencia en la vida agroexportadora de nuestro país ha sido fundamental en la historia argentina. Hasta podría decirse, querido lector, que cada vaca representa a aquella clase agrícola-exportadora que se llenó los bolsillos en detrimento de nuestra industria nacional. "El matadero del mundo” hubiera sido una caracterización más acertada de la Argentina que llamaban “el granero del mundo”, aunque este último apodo sea un poco más propicio para enseñar historia en las escuelas primarias. Lo que importa es que ambas denominaciones apuntan a la dependencia de las manufacturas extranjeras, impidiendo el desarrollo de una industria propia y un mercado interno, mientras se maltrata a nuestra tierra con la monoproducción. Pero, ¿qué pasa cuando se trata de resistir a este modelo económico, sostenido por las potencias extranjeras y las clases locales necesarias para su desarrollo?
En el año 1955 se produce en la Argentina el tercer golpe de estado de nuestra historia. Esta ruptura del orden institucional fue titulada por sus propios actores “Revolución Libertadora”. Ya que el término “revolución” es un término endeble, mal usado y con una gran variedad de significados, hay que aclarar qué entendía el General Aramburu por “revolución”. Los militares del ’55 entendían la destitución del gobierno peronista como una revolución porque lo consideraban ilegítimo. Su líder político, Juan Domingo Perón, era un tirano que abusaba de su poder para amansar a los pobres y se burlaba de las clases pudientes, que tenían historia, poder y tradición. Por eso la revolución fue libertadora, porque liberaron a los argentinos de la opresión peronista. Ahora bien, “los argentinos” en este caso son la oligarquía terrateniente y agroexportadora. Como el objetivo de esta revolución era, justamente, “liberar” a la población argentina del despotismo, su proyecto político y económico no trascendió más que eso. Fue así que se dedicaron a deshacer todo lo que habían hecho los dos gobiernos peronistas, llegando a prohibir la mención oral expresa del nombre del General y la proscripción del partido político en cuestión. Pero la Revolución Libertadora fue también fusiladora. El General Aramburu dio comienzo a la violencia institucional y al terrorismo de Estado, así como también incitó a la oposición peronista a usar los mismos métodos para defenderse. El fusilamiento y escarmiento del General Valle, luego “ajusticiado” por Montoneros con el fusilamiento de Aramburu, y los fusilamientos de José León Suárez, marcaron las reglas del juego a seguir. Al no poder expresarse políticamente por las vías institucionales, la población peronista se expresó por vías alternativas, como fue la organización sindical, la toma de fábricas y la militancia clandestina, movimiento que se conoció como la Resistencia Peronista.
En enero de 1959, bajo la presidencia títere de Arturo Frondizi y con el peronismo proscripto, el Congreso Nacional decide privatizar el frigorífico más grande de Argentina, que estaba valuado en mil millones de pesos y empleaba nueve mil trabajadores. Desamparados y con la amenaza de despedir a más de la mitad del personal, los trabajadores toman el frigorífico bajo control obrero. La toma fue ampliamente apoyada y sostenida con la ayuda de los vecinos y familias del barrio de Mataderos, donde se situaba la empresa y vivía la mayor parte de sus trabajadores. No recibió el mismo respaldo de las 62 Organizaciones, que no apoyaron la toma de inmediato. Ya sea por la desarticulación gremial que sufrieron las organizaciones luego de la proscripción peronista o por la burocracia verticalista que el mismo movimiento engendró, la toma del frigorífico Lisandro de la Torre fue entonces sostenida por sus propios trabajadores, con sus familias y sus vecinos, convirtiéndose en un baluarte de la lucha obrera independiente y antiburocrática. Como usted podrá intuir, querido lector, semejante decisión no causó simpatía en el establishment nacional agroexportador. ¿Cómo era posible que estos cabecitas negras, esta chusma del interior se opusiera a los nobles intereses de la nación? ¿Cómo era posible desestimar a la clase más poderosa de nuestro país? Los trabajadores de Lisandro de la Torre no se molestaron en contestar estas preguntas porque, simplemente, ellos entendían que los intereses de su país eran los intereses de ellos mismos y de su trabajo, entendían que si se privatizaba el frigorífico la mitad de sus trabajadores quedarían en la calle. Consecuentemente con los bombardeos a la Plaza de Mayo, los poderosos terratenientes desalojaron el frigorífico de Lisandro de la Torre con nada más ni nada menos que dos mil efectivos del Ejército, Gendarmería y Policía Federal, armados hasta con cuatro tanques Sherman que sirvieron para ingresar al establecimiento. Naturalmente, en pocas horas fue destruida la toma de los trabajadores. Sin embargo, se tardó casi cuatro días en regresar el orden al barrio de Mataderos y sus zonas aledañas, donde los trabajadores y sus familias resistieron con barricadas y piedras a los soldados y los tanques. Con el General en la España de Franco, los trabajadores —y no la vanguardia— simbolizaron la resistencia más noble a los gobiernos antidemocráticos militares y radicales, la resistencia de un movimiento ya sin cabeza y apócrifo, la resistencia peronista.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Julio 2014